La
puerta de la habitación del hotel se estremeció a golpes mientras un hombre al
otro lado gritaba: ¡ti, ti, ti! (té en inglés). Al mismo tiempo, los pasillos del hotel se
llenaban de pasos y voces, como si fueran las once de la mañana, pero no eran, el
sol apenas se asomaba. Eran poco
menos de las 6 de la mañana, estábamos en Kanyakumari, al máximo extremo sur de
India. Yo ya estaba despierta y
lista para presenciar uno de los momentos que más había esperado del viaje por
Tamil Nadu: el amanecer en Kanyakumari.
Esta
punta es el Finisterre de
India, es el final del subcontinente, aquí se juntan las aguas del Mar Arábigo,
el Océano Índico y la Bahía de Bengala.
Por su ubicación geográfica se puede admirar al sol saliendo durante el
amanecer y ocultándose en el atardecer. De hecho, todos los huéspedes nos levantamos tan temprano
para poder presenciar el amanecer en este pedazo mágico de la tierra; el golpe
en la puerta ofreciéndonos té, es el “waking call” (llamada despertador), por así decirlo, de 'lujo' que ofrecía nuestro hotel.
Caminar
tan de mañana en medio del pueblo hasta llegar al malecón para ver el amanecer
fue para mí la máxima experiencia de este lugar. Éramos pocos los extranjeros, la mayoría de los que estaban
allí eran visitantes indios, venían de distintas partes del país para recibir
la bendición de Devi KanyaKumari (diosa que se cree elimina la rigidez de
nuestras mentes), pero también para bañarse en las aguas de esta playa, que
según la tradición son sagradas.
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Cruzando el pueblo para llegar al malecón a ver el amanecer. |
Todos
quieren tomarse la foto con el sol, aquella típica imagen en que parece que se
puede sostener el sol entre las manos.
Pero ese día las nubes querían el protagonismo, así que el sol apenas si
asomó algunos rayos. Aun así, los
fotógrafos que estaban por allí ofrecían rápidamente la solución ante la
ausencia de la bola de fuego, un
servicio en que harían el montaje en pocos minutos en algún computador. Y no es broma, tuvieron mucha demanda.
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Foto sosteniendo el sol. Como no había sol, el fotógrafo editaría el sol en su laboratorio. |
Y
así fue como a las 6 de la mañana, tuvimos un poco de ese realismo mágico de
India. Poco a poco nos fuimos
fundiendo con los indios, bueno, yo la tuve más fácil que Seba, así que me fui
a tomar fotos en medio de la gente, como si fuera una más. Habían cientos, quizás miles de
personas cuando sucedió, aun no sé
cómo, era algo imposible pero me encontré al amigo Sadhu y me reconoció. Un Sadhu es un tipo de monje hindú que sigue el camino de la
penitencia y la austeridad para obtener la iluminación, se supone que deben
renunciar a todos los vínculos que los unen a lo terrenal y la mayoría del
tiempo lo dedican a la meditación, de hecho, ese día había estado meditando
desde las 3 a.m.
Celebramos
el encuentro y nos sentamos con el Sadhu en el malecón. Al Sadhu lo habíamos conocido en el mortificante viaje en
autobús de Madurai hasta Kanyakumari, estuvo muy pendiente de nosotros, dando
indicaciones y vigilando que no nos perdiéramos durante el viaje. En alguna conexión de buses lo perdimos
de vista, pero al parecer teníamos el mismo destino trazado. Sentados los tres, con el mar al
frente, seguimos paso a paso lo que iba sucediendo, familias y grupos de
jóvenes pasaban con sus trajes tradicionales, algunos aprovecharon para tomarse
fotos con el Sadhu o con Seba,
o con los dos, que ya era lo máximo para los locales. Hasta que con el avance de la mañana la gente se fue
dispersando y por ahí de las 10 a.m. ese día se convirtió en uno como cualquier
otro.
Nosotros nos fuimos a
desayunar. Luego regresamos
a la playa para ir en la lancha al Memorial de Vivekananda. Mientras se baja del pueblo al muelle,
se puede ver en medio del mar la estatua de uno de los más importantes poetas y
filósofos de Tamil Nadu: Thiruvalluvar.
Mide cuarenta
metros y está justo al lado del Memorial.
El encuentro de las aguas
provenientes de tres mares distintos produce corrientes muy fuertes. No se observan tanto como se sienten
cuando se va o regresa en la lancha del Memorial. Es un paseo de más o menos
quinientos metros desde la costa, hay que hacer una fila de un par de horas o
pagar un poco más por el pase rápido. Pero la fila es lo de menos, el vaivén
que provoca el encuentro de aguas en la lancha hacen que el chaleco salvavidas
que obligan a colocarse sea un consuelo en algunos momentos cúspides del
meneón.
Ya
en el Memorial, que es como una pequeña isla, el viento golpea y libera del
calor. Sobretodo abunda la
tranquilidad a pesar de la cantidad de visitantes, encontrar una esquina para
practicar la contemplación no fue difícil. En una roca en medio del mar se
construyó este Memorial, se supone que el maestro espiritual Vivekananda
meditó durante dos días seguidos allí antes de iniciar con su propósito de
expandir por primera vez sus conocimientos en occidente.
De
regreso a tierra firme nos encontramos con el tercer personaje importante de
Kanyakumari. El primero fuel el Sadhu, el segundo es una ella en realidad, la conocimos
el día anterior, se llama Gita. Me
hizo comprarle unos clips para el cabello y una pulsera para finalmente
escribirle una nota en un cuaderno en el que tenía saludos de turistas que
habían pasado por ahí. Además nos mostró
las postales que recibe de sus amigos en el mundo. Pero el tercero y el último que nos ofreció el Sur más
Sur de India fue un espectáculo.
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Gita vendiendo de todo, me regaló esta espiral. |
A
este nos lo encontramos en el Memorial de Gandhi, un edificio con algunas
fotografías que resumen su biografía.
Entramos a un sitio en principio vacío, cuando de repente nos embiste,
casi literalmente, el guarda del lugar.
Entonces empezó a hablar a una velocidad imposible de detener sobre
Gandhi. Quisimos interrumpirlo y
aclarar que no le íbamos a pagar por el tour, que no hacía falta. Pero hizo caso omiso de cualquier gesto
de nuestra parte, me quitó mi cámara pues él mismo se encargaría de tomar las
fotos que él consideraba necesarias.
Hubo algunos segundos de irritación de nuestra parte, hasta que no hubo
más remedio que ‘seguirle la corriente’.
Nos contó, aparte de todos los detalles sobre Gandhi, cómo ese edificio
había quedado sumergido durante el tsunami del 2004. De hecho se veían algunas marcas de la corrosión que
ocasionó el agua de mar. Luego de
una media hora con este señor, nos dejó en libertad para volvernos a perder en
las callejuelas llenas de vendedores ambulantes.
Esa
noche partiríamos hacia Kodaikanal, un pueblo en las montañas, ése sería
nuestro penúltimo destino en Tamil Nadu.
Pero yo ya con lo que había visto ese día me daba por satisfecha. India me había regalado uno de los
momentos más completos del viaje.
Y no porque físicamente Kanyakumari sea bonito, más bien creo que es
poco atractivo, pero la vida que tiene, más bien la vida que le inyecta la
gente, eso, eso es realmente incomparable con cualquier otro momento del
viaje.
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