jueves, 24 de julio de 2014

Chidambaram: aprender a confiar

Luego de un par de noches en Pondicherry volvimos al autobús para llegar a Chidambaram.  Allí estaríamos sólo las horas necesarias para visitar el templo de Nataraja, famosísimo por su tamaño, su historia y la cantidad de fieles que lo visitan diariamente.  Después de esa visita, la meta era continuar el viaje hasta Thanjavur para pasar un par de noches en esa ciudad.
Al bus ¡express!, bueno ni tan express, pero es lo que hay en India.

El templo de Nataraja está dedicado a Shiva en su versión ‘bailarín del Universo’.  Los dioses hindúes tienen distintos avatares, o sea que se les representa de distinta manera dependiendo de la tradición o leyenda que lo acompaña, el lugar o el templo.  Nataraja es Shiva, pero Shiva en posición de baile, la imagen con la pierna flexionada y levantada. 


Figura de Nataraja en una de las columnas del Templo.
La historia relata que Shiva y Kali  (diosa del cambio y el tiempo, o la maternidad, dependiendo de su avatar) se enfrentaron en un ‘concurso’ de baile juzgado por Vishnú.  A Shiva se le cayó un arete (pendiente) y lo recogió con su pie, movimiento que Kali no pudo repetir, por lo que Shiva ganó el título de Señor del Baile (Lord of the Dance).  Y es con esta figura que se le venera en el templo de esta ciudad.

Cuando llegamos a Chidambaram teníamos que solucionar un tema de logística, llevábamos nuestras mochilas, necesitábamos encontrar un sitio en donde nos resguardaran las cosas, recorrer el templo con mochila en la espalda no era una opción.  Seba propuso ir a algún hotel y pedir que nos las guardaran.  Yo la verdad estaba un poco incrédula de que algo así sucediera o que fuera seguro dejar todo nuestro equipaje con desconocidos.  Pero no había otra opción, yo no pensaba caminar por el templo y bajo el sol con mi mochila encima.

El primer intento con un hotel fue fallido, yo honestamente no tenía muchas esperanzas y pensaba que no era una buena idea, la recepcionista de ese hotel compartía mi opinión.  Pero el segundo intento fue un éxito, nos encontramos con una recepcionista muy amable y un restaurante en el hotel con comida deliciosa en donde desayunamos.  Ahí  descubrí mi nuevo platillo favorito, el Pongal, una mezcla de arroz, leche y nueces.  Para mí fue la versión india del arroz con leche tico (postre de Costa Rica).

En este hotel nos cuidaron el equipaje, el restaurante está súper bien, relación calidad precio: genial.

Desayunados y con nuestras pertenencias guardadas, nos fuimos al templo. Dos cuadras antes de llegar, la ‘locura’ que caracteriza estos lugares empezó a verse.  Decenas de autobuses privados con peregrinos se conglomeraban, la gente se bajaba en masa y corría al templo.  Nosotros empezamos a mezclarnos con la gente, aunque no pasamos desapercibidos.

Dejamos nuestros zapatos en la sección dispuesta para ello con cientos de otras sandalias, quizás eran miles de sandalias y zapatos.  La gran pregunta de siempre en mi cabeza: ‘¿estarán aquí cuando volvamos?’.  Entramos al templo, pasamos bajo el primer gopuram y los pies se me quemaron, el sol llevaba bastantes horas calentando la primera plaza que está al aire libre.

La entrada al templo transforma esa sensación en los pies, pues la piedra del suelo es más bien fría, el templo oscuro, con algunas entradas de luz, lo cual también lo hace un espacio fresco en comparación con lo que está afuera.

Entrada al templo principal.
La ‘puja’ inició.  Como si fuera un espectáculo teatral, los 'sadus' (sacerdotes) inician las oraciones desde una especie de escenario.  Los fieles corren para buscar el espacio que los lleve más cerca de Nataraja.  Las plegarias, los cantos, las señales con las manos.  En este caso la gente se daba golpecitos constantes y rítmicamente en las mejillas con ambas manos.  Los niños imitaban a sus padres.  Finalmente pasan otros encargados del templo pidiendo la colaboración económica.

Cada sección del templo descubre un misterio, por lo menos para mí, una plegaria indescifrable, un canto, una imagen.  Es como una sinfonía disfónica, todo se mueve sin compás ni orden, pero al mismo tiempo con perfecto compás y orden.  La quietud y el silencio parecen imposible en el Templo de Nataraja. 

Es un laberinto que recorro hasta descifrar su forma.  Pasamos tiempo con la gente en la sección al aire libre, tiene partes cubiertas del sol, si no, sería imposible.  Las vacas forman parte del decorado, presenciamos como le traen arroz a la vaca, también como un hombre se acerca y le toca el culo a la vaca y dice alguna plegaria.
Este es justo el momento en que el devoto le levantará la cola y pedirá bendiciones a la sección trasera de la vaca.

Le traen arroz a las vacas que viven en el templo.

Todo es extraño para mis ojos y mis esquemas.  Conforme pasan los días empiezo a sentir cierta normalidad ante estas cosas, pero no pasan muchos segundos antes de que algo me golpee el cerebro y me enseñe de nuevo cualquier cosa que no había visto o ni siquiera me imaginaba podía existir.
Descansando con Nandi al lado.


Regresamos por nuestras mochilas al hotel de la recién amiga recepcionista.  Uno de los empleados del hotel se acercó e hizo conversación con nosotros.  Nos contó que había formado parte de la marina de India, que una vez pasó por Barcelona y que cuando recorrió por algunas horas la ciudad, nadie quiso darle indicaciones.  En cambio a  nosotros en Chidambaram nos guardaron y cuidaron el equipaje durante horas sin pedir nada a cambio.
La ciudad de Chidambaram.
Gopuram desde afuera: Nataraja Temple, Chidambaram.
Gopuram de la entrada del Nataraja Temple.
Las mujeres devotas.











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