No sé como habíamos llegado ahí.
Estábamos con el coche paradas en la “nada”, en medio de los
campos que acompañan la autopista desde Madrid a Valencia, en
Castilla-La Mancha. No teníamos ni idea de como retomar la
autopista y nuestro GPS mucho menos.
Cuando iniciamos el viaje en Madrid,
conforme avanzábamos por la carretera, las vistas a los lados se
transformaron en campos enormes, era como un mar amarillento-marrón,
cuyo fin era marcado únicamente por el límite de la visión. De
vez en cuando, o casi siempre, aparecían los molinos de viento que
evidentemente remitían al famoso personaje creado por Cervantes.
Si se tenía suerte, se veía a un
coche cruzar en medio de aquella soledad que
acompañaba los costados de la transitada carretera por la que íbamos. No me imaginaba cómo llegar
ahí, no me imaginaba por qué un coche pasaría por ahí, adonde iba
si todo parecía ser la “nada”. Aunque debo confesar que tenía
cierta curiosidad de transitar por esos campos paralelos a la
autopista.
De pronto, sin darme cuenta, ahí
estábamos. Lo último que recuerdo antes de llegar ahí, fue que alguna de mis pasajeras
solicitó un baño y yo me puse a buscarlo. Quizás creé la
situación por desearla en el inconsciente. En aquel camino de
tierra, a cientos de metros de la autopista, no había baño
alguno, no sabíamos como volver, no había ni rótulo ni señas.
Aun sigo sin entender como aparecimos con el coche en medio de
esa “nada” amarillenta.
Había un trillo, eso camino no era,
subimos, bajamos, dimos vueltas, rodeamos una colina. Al fondo se
veía un castillo y justo antes de llegar a una especie de
intersección, vimos como la vía se estiraba hasta llegar de nuevo a
la autopista. Retomamos la ruta sin ningún otro contratiempo y sin
buscar ningún baño.
Nos tardamos poco más de cinco horas
desde Madrid a El Pinet en Alicante. Yo manejé casi todo el camino,
me gusta manejar por estos caminos, la carretera está bien, aunque
un poco cargada de coches, quizás por ser un viernes con buen
tiempo.
Llegamos a casa de nuestros amigos y
para mi sorpresa, cuando abrimos la puerta de la terracita, el mar
estaba a escasos metros de nuestros pies. Por primera vez en muchos
meses podía escuchar el mar mientras dormía.
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La vista desde la terraza en El Pinet. |
Al día siguiente, los padres de
nuestros amigos nos visitaron. Por supuesto eso nos hizo tener un
día de cosas típicas valencianas. Primero el padre de nuestro
amigo y nuestro amigo, se fueron con unos baldes a buscar almejas al mar, así que el aperitivo fueron almejas frescas. Mientras
nos las comíamos, nuestro amigo recordó que hace muchos años se
podían encontrar más almejas, ahora hay pescadores que utilizan
un rastrillo para recogerlas y eso ha disminuido la cantidad.
Después del aperitivo, comimos paella, pero cocida a la leña, como
nos explicaron es costumbre en Valencia.
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Berberechos y mejillones frescos. |
El pueblo era muy pequeñito, pero
sobretodo blanco. Está lleno de pinos, en contraste con el vacío
que provoca la arena, es como si fuera un desierto pero con pinos. Se
supone que esta es una zona protegida, pero creo que no son tan
estrictos como en otros países, porque hay muchas zonas
residenciales y edificios en construcción.
Los días en El Pinet fueron
tranquilos, de descanso, sol, mar y sobretodo amigos. Antes de
venir a España no me imaginaba que iba a tener días como estos,
pero la vida me ha llevado por tránsitos que me han hecho tener
amigos por ahí, pero que ahora resulta que también están aquí.
Es bonito el efecto de los amigos casi familia; por unos días me
dejé de sentir lejos, a pesar de estar en un lugar nuevo y
fuera de Barcelona, los días con amigos provocan una sensación
cercana a la serenidad de estar en casa.
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Casita en El Pinet. |
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El Pinet. |
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Camino al pinal. |
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Tapas frente al mar. |
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El chiringuito del pueblo. |
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La playa de El Pinet. |
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La playa de El Pinet. Cae la tarde. |
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Arepitas a la brasa. |
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Compartiendo la playa de El Pinet. |
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Paella a la leña. |
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En el pinal. |
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Caminata en el pinal. |
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