miércoles, 8 de mayo de 2013

'No me robaron abril'/Roma de cero a cien

Estancia en Roma: 24 al 27 de marzo.
 
‘No me robaron abril’

Ya está bien entrado mayo pero no puedo dejar de pensar en abril.  Y es que este año ‘no me robaron abril’, me lo comí, cada segundo de abril estuvo delicioso.  Hacía mucho no conocía tantos lugares nuevos, pero sobretodo, hacía mucho no pasaba tanto tiempo conmigo misma.

Creo que haber tenido tantas ‘primeras veces’ en un solo mes, me tiene aturdida, no porque no lo haya disfrutado, sino porque quizás nunca me imaginé se pudiera hacer a una misma tan hermosos regalos, regalos que básicamente consisten en experiencias nuevas, pero sobretodo experiencias que me han permitido re-conocerme.

Con cada viaje que he hecho, y gracias a la vida (y a mis papás) eso empezó hace más de 20 años, mi forma de viajar evoluciona. Cuando estaba en mi adolescencia no importaba la comida o el lugar dónde dormir, buena compañía y bonito lugar era lo esencial.  En mis veintes esa premisa continuaba, pero lo de la compañía no siempre se podía, así que aprendí que sola también se disfruta conocer lugares nuevos.

Mientras planeaba mi viaje a Italia, descubrí, con mucho pesar,  que quizás lo único que me queda de mochilera es mi mochila.  Planeé muchas cosas con antelación que antes a lo mejor no me hubieran importado.  Pero estaba tan emocionada de experimentar estos lugares nuevos que lo último que quería era perder tiempo resolviendo temas logísticos, como dónde iba a dormir o qué tren, bus o avión debía tomar para mi siguiente destino.   Y como iba a hacer esta travesía completamente sola deseaba aprovechar todos los segundos en lo que toca, no en solucionar logística, sino estar, estar y estar.

Cuando escogí los hostales u hotelitos en los que me quedé me fui despidiendo poco a poco de la ‘yo’ a la que no le importaba dónde quedarse, esta vez no quería, por ejemplo, estar en un lugar lleno de adolescentes teniendo su ‘spring break’, justo porque sé lo que eso significa.  Aun así, dados los precios exorbitantes en este continente para el hospedaje, tuve que ceder y experimentar algunas opciones que al principio no me sonaban y que debo confesar me dieron angustia escoger.

Una vez escogidos los hoteles y hostales, decidida la cantidad de días por ciudad, todo estaba listo.  Me fui a Italia, por primera vez!

Roma: ¡de cero a cien!

Siempre he soñado con que exista la teletransportación, estar en un lugar, cerrar los ojos y aparecer en otro.  Eso más o menos me pasó para llegar a Roma.  Salí un domingo, pero como quería llegar lo antes posible tomé el vuelo con la salida más temprana, sin tomar en cuenta que eso me hizo salir casi de madrugada de mi casa.  A las 4:30 a.m. me levanté, había dormido apenas un par de horas gracias a mis constantes discusiones con Morfeo, y a las 7 a.m. ya estaba volando hacia Roma.

Del vuelo no me acuerdo, creo que estuvo bien, por lo general volar me provocan muchos nervios, pero esta vez, cerré los ojos y cuando los abrí ya estaba en Roma: ¡teletransportación!  En el aeropuerto empecé a buscar la salida al tren como lo tenía planeado, por 14 euros me llevarían al centro de Roma, pero me tropecé con el servicio de buses que me llevó por 5 euros (más dinero para gelato, muy bien).

Una vez que llegué a la Estación de Termini en el centro de Roma me fui a buscar mi hostal.  Fue muy fácil encontrarlo porque estaba a pocos metros de la estación. Me chequeé, dejé mi mochila, me dieron un mapa y manos a la obra,  Roma me estaba esperando. 

Mi primer tropiezo fue con el Coliseo.  La recepcionista del hostal me sugirió ése como primer punto por conocer, me lo señaló en el mapa y me fui.  Según el mapa serían unos 15 minutos caminando, yo duré 40.  Si me había costado ubicarme en Barcelona porque tenía una Diagonal, explicar lo que le pasó a mi sentido de orientación en Roma es impresionante, es lo de Barcelona pero multiplicado por el infinito, con la diferencia de que llegué a dominar Roma y soltar el mapa en menos tiempo de lo esperado.
Roma tiene tantas callecitas que van al mismo lugar, pero que además la misma calle cambia de nombre a la mitad y cuando uno se percata piensa que se metió por otro lado, pero no, todo está bien, pero una piensa que no, se devuelve, cambia el nombre de la calle de nuevo, una regresa pero vuelve a cambiar el nombre, en fin, di vueltas, muchas vueltas, conocí partes que a lo mejor no eran las más turísticas; con menos de dos horas de estar en Roma ya estaba de intrépida en zonas poco amigables, pero nunca pasó nada anormal ni cerca de estarlo.

Pero de pronto ahí estaba: El Coliseo.   Esa foto que me enseñaron en los libros de historia del Cole y en los de historia del teatro en la Universidad, de repente ante mis ojos se materializaba una imagen que hasta ese día había sido de papel y me cabía en la mano, ahora ni siquiera me cabía en mi ángulo de mirada.  Sí, El Coliseo, es muy…, es El Coliseo.

Me fui a hacer la fila y ahí reconocí la gran herencia que han dejado los italianos en nuestro continente, sentía que estaba en cualquier país latinoamericano.  La fila para llegar a la venta de tiquetes era una masa deforme que se abalanzaba sobre las ventanillas.  Gritos, golpes, la fila moviéndose en masa, pero no se sabía en qué lugar estaba nadie, yo ni siquiera sabía quien era el primero porque se llegaba de tres en tres al frente de la ventanilla.  Era un desastre, me sentí como en casa.  Para llegar a comprar un único tiquete me tardé casi una hora, se me metieron en la fila decenas de personas, es que a mí me cuesta eso de empujar y saltarme las líneas, pero confieso que conforme pasaron los días aprendí, porque en Italia si no se hace así, no se entra a ningún lado.

Una vez dentro y con mi audioguía pues no quería perder detalle empecé a reconocer caras, muchas caras.  Empecé a asustarme como a la quinta persona que pensaba que conocía, era muy raro.  En algún momento pensé que estaba teniendo visiones, o que era gente muerta, o los personajes de mis sueños se estaban materializando.  Claro si El Coliseo de mi cabeza se materializó a ese pedazo de edificio, pues quizás esas personas también…Después reconocí que habíamos compartido vuelo desde Barcelona, parece que todos habíamos decidido empezar Roma por El Coliseo.
Le di como tres vueltas a cada piso, tomé fotos, estaba tan extasiada de estar en lugar como este, no me lo podía creer.  Era como si una hada de un cuento se me hiciera realidad, pero éste era un edificio de un cuento de los libros que me había tocado estudiar.  Pero de pronto, las masas empezaron a aplastarme.  Me percaté que era una semana intensa la que había escogido para viajar, era Semana Santa y los grupos de turistas que seguían una sombrilla o una banderita eran innumerables; Italia había sido invadida por los ‘zombies turistas’ y yo estaba en medio de esa batalla sin saber muy bien a donde huir.




El hambre me hizo salir del Coliseo, sin esperanza de regresar ni ese día ni otro, aun tenía una larga lista de expectativas por cumplir, pero sobretodo necesitaba que mis pies sintieran Roma.  Así que empecé a caminar hacia a algún lado, no tengo claro donde llegué, pero era un barrio lleno de callecitas de piedras, callecitas tan angostas que era casi imposible que pasaran carros.

Fuentes, gente caminado, gelatos, hasta que encontré una pizzería con terraza y el sol de una primavera, muy tímida para mi gusto, me invitó a entrar. ‘Mesa para uno’, digo,  ‘¿qué? ¡Una chica tan guapa sola!, me dice el anfitrión del restaurante.  De lo de ‘guapa’ no me quejo, pero cómo les costó a los italianos aceptar que una chica viajara sola y comiera sola, esta escena se repitió cada día que estuve por ahí.

Comí delicioso en mi mesa para uno.  A mi lado había una pareja de holandeses con su hija de unos 4 años.  Estaban de vacaciones huyendo del frío de Holanda (el verdadero frío pensé, intenté no quejarme del frío de Barcelona).  Me contaron que habían venido hacía unos diez años y ahora estaban de regreso porque habían se enamorado de Roma.  La esposa saltó y agregó que todo es perfecto: el clima, las calles, sobretodo las compras son buenísimas.  Hablamos un rato hasta que llegó mi recibo de la cuenta y me despedí de mis nuevos amigos de almuerzo,  pues había agendado ir al teatro y casi era la hora.

Empecé de nuevo mi caminata por esas callecitas empedradas, a veces difíciles de caminar, me recordaban un poco las de Antigua Guatemala, que en alguna visita por trabajo tuve que recorrer en zapatos de tacón, este no era el caso, pero había momentos que se sentía así.  Las imágenes de los edificios antiguos de pronto se enriquecían con una columna romana de alguna ruina perdida en medio de la ciudad.  Es que Roma es un poco eso, una mezcla de etapas de la humanidad, no hay foto que pueda explicarlo.


Mientras caminaba con mi mapa a cuestas, que efectivamente revelaba lo ‘guiri’ (manera en que los españoles se refieren a los turistas, es un poco despectivo) que era en aquel momento, se me acercó una pareja  de‘guiris’ como yo, con el mapa más abierto que el mío para preguntarme por la Fontana de Trevi.  ‘!Uy!, dije, no tengo claro ni dónde estoy’.  Se rieron conmigo, descargando la angustia que resulta al no encontrar la calle por la que uno va en el mapa.  El chico, agradecido de escuchar español,  me dice  ‘estas calles son difíciles, quien fuera cartero en esta ciudad’.  Les indiqué por donde había recién pasado en el mapa y  así quizás podían deducir como llegar a la Fontana de Trevi.

Las 24 horas desde mi llegada no habían pasado, pero ya lo sabía todo sobre Roma: en Roma hay que entregarse, dejar el itinerario perdido, dejar las expectativas del orden para conocer los puntos de interés, perderse por esas calles, aunque uno no se encuentre lo esperado, siempre aparece  algo impresionante de ver.

Llegué al teatro con tiempo suficiente de milagro.  Lo que vi fue una recomendación recibida por medio del couchsurfing.  Pregunté en un foro sobre Roma por recomendaciones de obras de teatro ‘no oficiales’ y llegué a un teatro ‘tomado’.  El teatro fue tomado por unos artistas y ahora lo gestionan ellos, de hecho están por formar una cooperativa (tema para una entrada de blog más adelante, mucho qué comentar en estos tiempos de crisis cultural).

Era una obra más para niños, así que ahí estaba teletransportada, con no sé cuántos kilómetros de caminata, en medio niños que corrían por todo lado esperando iniciara la función.  Sobre la obra poco me enteré, el sueño me ganó, es que era la primera vez que me sentaba en más de doce horas, sin haber dormido más que dos, yo creo que la obra no era mala, pero simplemente caí agotada en aquella butaca de terciopelo rojo.  El teatro era una joya arquitectónica, una estructura de teatro inspirada en el renacimiento, con palcos, perspectiva y todo.  Todo esto a cargo de unos artistas independientes que se opusieron a su cierre y lo tomaron, así de simple.  A pesar de estar dormida estaba muy emocionada. 

Una vez finalizó la función empecé a buscar camino al hostal y me encontré de frente y a quemarropa con el Panteón.  No era momento de quedarse, pero me senté un ratito en la fuente para admirarlo. Finalmente encontré un autobús que me llevaría hasta la zona de Termini, donde estaba mi hostal.


El Panteón

Era domingo por la noche, no cabía un alfiler en aquel bus, ni siquiera podía ver el trayecto por la ventana.  Además tocaba ir haciendo equilibrio todo el tiempo, porque en Roma los chóferes conocen sólo dos velocidades: o cero o cien.  Así que cada vez que se detiene lo hace de pronto y sin aviso con lo cual todos los pasajeros chocábamos hacia delante y luego arrancaba de repente pasando a cien, con lo cual todos nos íbamos en masa y apiñados hacia atrás.  Después de cada viaje en autobús una se siente vinculada de una manera muy profunda con toda esa gente, son quince minutos o más de acercamientos corporales intensos con todos esos anónimos, eso tiene que generar vínculo definitivamente.

Regresé agotada a mi hostal, la posible angustia de dormir junto a siete desconocidos ya ni siquiera existía, yo solo quería una cama; caí rendida.

Por supuesto habían FIATs



Cuántos años esas piedras ahí...

Detrás de esa sombrilla:turistas, muchos de ellos.

Desde adentro




Con disfraz de romano

En alguna calle de Roma


Edificio, edificio, edificio, ah ruina romana al fondo.

Procesión celebrando la Semana Santa

No podía faltar...


Comiendo gelato detrás del panteón.



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