De Thanjavur salimos muy temprano.
‘Tuc tuc’ hacia la estación de autobuses desde el hotel. El viento de la mañana refrescaba más de la
cuenta. El camino nos mostró otra cara
de este lugar, una menos estrujada, más verde, quizás el encanto aparte del ‘Big
Temple’ se encuentra en las afueras.
Pero ya era tarde para explorar más, íbamos hacia Trichy, ciudad que
queda más o menos en la mitad de Tamil Nadu.
El viaje en autobús no fue muy largo, o quizás a mí ya se me hacen
cortos. Pero antes del mediodía ya
estábamos en Trichy. Encontramos un
hotel que por fuera parecía un cinco estrellas, lobby y recepción de lujo. La habitación tenía un precio de ganga, y
claro, estaba en el piso de las habitaciones de ganga (prefiero no detenerme en
la descripción de la habitación, pero sobretodo era limpia, así que perfecta en este país). Pero bueno, la terraza en la azotea con el desayuno incluido fue
realmente un oasis durante el par de días que estuvimos ahí.
Una vez que dejamos las cosas en el hotel nos fuimos a una de las
dos atracciones de Trichy: el Sri Ranganathaswamy Temple. La ventaja es que el servicio de autobuses es
bastante claro y en menos de cinco minutos los indios de la estación de
autobuses se aseguraron que nos subiéramos en el transporte correcto.
Para entrar en el templo hay que pasar por unos seis gopuram (los ‘arcos’ que siempre se
encuentran en la entrada de los templos).
Pero en este caso, las ventas ambulantes estaban mezcladas con la
entrada, así que se llega a perder la perspectiva entre si es la entrada del
templo o un mercado. Finalmente se llega
al último gopuram, se entregan los
zapatos (como siempre) y se entra.
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Pasando el penúltimo gopuram antes de llegar al Templo. |
Este templo es uno de los complejos más grandes de Tamil Nadu,
tiene 49 salas o minitemplos, todos dedicados a Vishnú. Caminamos entre la multitud. Nos ofrecieron subir al techo, lo cual valió
la pena. Desde arriba la vida del Templo
se podía ver en detalle. El señor que
pide dinero, el que intenta vender un collar, el que se pelea con su mujer, la
señora a la que se le escapa el chiquito.
Los colores, las situaciones y yo ahí abstraída, segura y respirando
tranquila sólo por unos minutos, desde lo alto, observando sin que nadie
intentara sacarme alguna moneda o chocar conmigo.
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Desde el techo. |
En el templo nos encontramos con la sección de ‘contadores de
dinero’. En el suelo se colocan las
monedas que se recolectan de las donaciones de las visitas. Torres y torres de monedas y una decena de fieles
contándolas.
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Contando el dinero de las donaciones. |
Finalmente encontramos el templo principal: “Only hindus are
allowed”. Me rompieron el corazón, me
sentí totalmente excluida, además se veía que podía ser un templo bastante
particular, mucho dorado desde la entrada.
Pero intenté no tomármelo muy a pecho y recorrimos el resto de jardines
y templos.
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Only hindus are allowed |
Aunque fuera uno de los templos más grandes e importantes, yo
disfruté más la parte del exterior, recorriendo los puestos con ventas de
revistas, figuritas y tiliches. Habían
DVDs con animados de los dioses hindúes, las aventuras de Krishna o
Hannuman. Me gustó más esa caminata,
quizás ya para ese momento llevaba muchos templos visitados y empiezo saturarme.
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Animaciones sobre los dioses hindúes |
La siguiente parte del día estaba destinada al Rock Fort Temple,
ya lo habíamos visto desde el autobús camino al Sri Ranganathaswamy
Temple. Una estructura encima de una
roca enorme, pero aunque nos generara mucha curiosidad teníamos que hacer mi
pausa favorita: la del ¡almuerzo!
Comimos en Banana Leaf, lo recomendaba la guía, estaba cerca del Rock
Fort Temple, así que lo probamos.
Luego caminata hasta la cima.
La calle que lleva a la entrada también está llena de comercios y restaurantes. Así que para la digestión nos detuvimos por
un Chai, gran bebida en India. Los
venden por todas partes, sólo que hay que tener cuidado de que sea en un lugar
limpio y que la leche esté bien, que si no puede ser que la bebida en esa
pequeña taza de lata arruine el viaje.
El Rock Fort Temple se construyó encima de una roca natural, con
unos 80 metros de altura. Al principio
se fueron cavando pequeñas cuevas en su base las cuales se destinaban a ser
templos. Estos templos se pueden ir
viendo a través de barrotes cuando se van subiendo las escaleras que llevan a
la cima: 400 escaleras. Se comparte el trayecto con cientos de fieles, como
cada templo en India. Este en
específico, contaba con la visita de grupos de estudiantes, a los cuales les
hacia mucha más gracia que al común de indios encontrarse con dos extranjeros.
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Últimos escalones para llegar a la cima. El templo de arriba está dedicado a Ganesh. |
El camino a la cima se hace por medio de unas escaleras que van
subiendo como por un túnel. Las últimas
escaleras son el exterior, pero son tan empinadas que ya uno no sabe si lo va a
lograr. Pero la vista de Trichy y el ambiente
alrededor dan el último rayo de energía para subir.
Desde arriba, en la entrada del templo, que mide unos tres metros
de ancho, la gente se aglutina para tener la vista. Por supuesto yo también me quedé ahí un buen
rato, era la recompensa por las 400 escaleras recién escaladas. Nos quedamos un rato conversando con los
nuevos amigos que hacíamos en el templo. Era raro ver turistas allí, en todo el
rato que estuvimos, quizás en total fuimos 8 o 10 extraños que resaltaban de la
masa que pertenecía al lugar.
Esa noche, el premio final fue la terraza del hotel. Trichy, junto con Thanjavur, Chidambaram y
Chennai son ciudades tan saturadas, que la acumulación del viaje empiezan a
ponerme un poco ansiosa. La calma del
ashram o mi barrio en Mysore son ya imágenes lejanas. Así que esa terraza, lejos del ruido, me dio
un poco de descanso, pues al día siguiente el camino debía continuar hacia
Madurai.